BCN Més Revista cultural trilingüe's profile

"La Odisea de Macabeo" de Olivellas

Escribe: Aleix Mateu Clavell
Ilustra: Guillermo Gil Schröder
La Odisea de Macabeo
 
 
“La bendición de mis hijos son estas excursiones que hago”, se decía a sí mismo cada vez que se preparaba para salir. Como un Ulises campestre que sin el bravo séquito de navíos itacenses debe realizar proezas suficientes para llenar un libro tan nombrado como el que protagonizó. A nuestro héroe le llamaremos Macabeo, aunque no llevara mallete ni mazo, y tasaremos su edad en la condición de “adulto”. A Ulises se le parecía más bien poco, pues por peludo y feo los demás se apartaban de él a distancias prudenciales, algo que para Macabeo resultó hasta beneficioso en algunos aspectos, más o menos lo que hoy conocemos como emprendimiento en tiempos de crisis.
 
Se dice que hace poco uno de características similares sacudió a otro en medio de la calle hasta dejarlo seco. Sabemos del cierto que no se trata de nuestro personaje porque ocurrió en otro país, pero debemos entender que los de su calaña sean temidos, a pesar de qué la gran mayoría de ellos prefieren estar en paz y harmonía. Nuestro individuo era de huesos anchos y condición robusta, grandote. También tenía la cabeza grande, el pelo un tanto pelirrojo y la nariz larga y achatada, justo debajo de dos pequeños ojos que no veían demasiado. En esencia, una figura rara que desentonaba con las que había más allá de su hogar, un sitio cada vez más cercado por la devastadora expansión de sus vecinos, quienes a pesar de no ser tan machos eran muchos.
 
Pues bien: Macabeo salía de vez en cuando a buscar comida fuera de casa cuando los víveres escaseaban. Iba avanzando con salero a través de la cuesta sinuosa que lo separaba de la comunidad que se había aposentado a los pies de su colina, con la cabeza gacha y oliendo cada vez más intensamente el hedor de purín industrial que parecía plástico quemado. Los árboles que escoltaban el sendero tomaban cada vez más distancia entre sí, hasta que cortados por un ecuador de cemento, cedían ante una panorámica teñida de un gris perenne. Un mundo de hormigón, de máquinas monstruosas que avanzan a toda velocidad por los caminos asfaltados y de gente que se desplaza en formación y a ritmo; era el escollo que Macabeo debía sortear para conseguir un poco de comida. Los suyos no solían alejarse tanto de casa y veían las excursiones de Macabeo con malos ojos. “Se larga y deja a sus hijos y a su mujer sin saber dónde está ni cuándo volverá ¡si es que vuelve!”, comentaban entre ellos como verduleras, “esto acabará como el rosario de la aurora”.
 
Los árboles eran flacos e inodoros, y desprendían luz de sus pobres copas, algo que siempre le había parecido un poco lúgubre. Las rocas y colinas substituidas por grandes bloques de concreto y cristal, y la arena por hormigón. Además había que mantenerse alejado de esas máquinas que zumbaban y sacaban luz por los ojos, porque “con lo que corren, cualquiera se queda en medio”, pensaba. Si alguno de los viandantes veía los pasos torpes y desairados de Macabeo, y su figura basta y oscura, se apartaba rápidamente mirándolo con espanto.
Ni el Banco de Alimentos ni las asociaciones vecinales le habían dado jamás un poquito de algo para llevarse a la boca, pero Macabeo sabía dónde buscar. Entre las sombras de las partes traseras de los edificios encontraba nuestras sobras, sus banquetes, sus alitas de pollo caducadas envueltas en bolsas negras y sus lechugas pasadas y grisáceas de bordes y corazón. Jamás había sido escrupuloso a la hora de comer: un omnívoro común sin manías con las acelgas o la grasa del jamón; tampoco tenía demasiado respeto por las advertencias de la OMS, ¡ojalá haber cogido algo de carne procesada! hubiera sido su mejor festín.
 
Al fin encontró un rastro que le llevó a aquellos cubículos verdes que ya conocía de otras veces. Fue corriendo hacia las bolsas prometidas sin reparar en los gritos y las exclamaciones que iban oyéndose a su paso, alegre por haber llegado a su destino y obsesionado con la idea de sentirse el estómago lleno otra vez. A pocos metros de su camino una figura vestida de negro le empezó a gritar amenazante con las manos en alto. “Ahora no, ahora no me voy a ir”, se dijo Macabeo, que aceleró todavía más el ritmo y gruñó de la manera más espantosa que conocía. El prosegur disparó.
Ninguna radio cercana musicó la escena con los Pixies y nadie dijo eso de “Me has conocido en un momento extraño de mi vida” mientras todos los edificios se desmoronaban alrededor, nada apuntaba a que fuera una escena demasiado espectacular. Nuestro protagonista, por el contrario, fue quién añadió dramatismo por su cuenta, pues mientras se le acercaba la bala pronunció: “Si amaestramos a nuestra conciencia, nos besa a la vez que nos muerde”. Debió ser un tipo leído.
 
Así habló el verraco, mientras cerraba esos pequeños ojos que no veían demasiado y su nariz alargada y chata exhalaba por vez última el hedor industrial de la ciudad. La gente se acercó rápidamente con móvil en mano para ver de cerca los 100 kilos de masa peluda y los 30 centímetros de colmillos que todavía miraban al cielo. Uno tardó un poco más porque logró captar con el teléfono el estrambótico momento de lucidez animal y debía compartirlo por las redes sociales. Si mal no recuerdo, el vídeo se hizo viral pero no llegó a ser trending topic, porque Dani Alves y Cristiano Ronaldo protagonizaron una acción polémica en el clásico de aquella noche y captó mucha atención mediática.
 
La gente murmuraba compasiva alrededor de la elocuente bestia. Uno de los presentes, humanista como mínimo, aseveró que “el ser más desgraciado, el último de los seres, es también ser y hermano tuyo”, mientras que una mujer se santiguaba y reprochaba que se le podría haber llevado a un zoo o a un laboratorio para estudiarlo, antes que “matar a un espécimen tan bien hablado”. El pistolero se excusó diciendo que “era él o nosotros, señora”, encogiéndose de hombros.  
 
"La Odisea de Macabeo" de Olivellas
Published:

"La Odisea de Macabeo" de Olivellas

ESCRIBE: Aleix Mateu ILUSTRA: Guillermo Gil

Published:

Creative Fields