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"Primera Cita" de Puentes y Festivos

Escribe: Samuel Valiente
Ilustra: Marc Verdugo
Primera Cita
 
 
“¿En qué piensas?” Pregunta ella, y entonces yo pienso en qué estoy pensando, y resulta que estoy pensando en sangre, en vísceras y en fuego, en cabezas rebanadas clavadas en picas, en miembros humeantes flotando en una bañera de ácido clorhídrico, en un cuchillo al rojo vivo hendiendo suavemente su abdomen, en…
 
-     En nada. No pienso en nada -digo, y sonrío de la única forma que sé: con un gesto mecánico, vacío y muerto, pero a la vez cautivador y convincente, impostado hasta el último milímetro, redondo, perfecto.
 
Soy un psicópata. Un asesino de la peor calaña. Una bestia. Lo juro: estoy enfermo. Mataría a una novia de mejillas sonrosadas el día de su boda. Mataría uno a uno a todos los humanos que pueblan la Tierra. Lo haría, de verdad, lo haría con la mejor de mis sonrisas, con una de las auténticas, con una genuina mueca de felicidad brillando en mi impúdico rostro. Lo haría, solo que… sería la primera vez. Lo reconozco: nunca lo he hecho. Sé que he nacido para ello, que estoy destinado a la infamia, a cometer las más viles atrocidades, pero hasta ahora no he sido capaz. Soy un psicópata cobarde. Un asesino inédito.
 
Oficialmente soy un buen chico. Todos los cretinos a mi alrededor me consideran una persona encantadora: atento, amable, formal… Y eso me revienta. Cuando pienso en mis ídolos se me cae la cara de vergüenza. ¿Qué opinaría John Wayne Gacy de mis donativos en favor de los refugiados? ¿Y qué cara pondría Charles Manson al verme separar afanosamente envases de plástico y residuos orgánicos? No, definitivamente, soy la vergüenza del gremio. Pero hasta aquí hemos llegado. De hoy no pasa. He elegido al azar a esta chica en aquella estúpida web de contactos. La he elegido y la voy a matar.
 
“Me has conocido en un momento extraño de mi vida”, dice ella, en respuesta a alguno de los comentarios que disparo sin pensar mientras hago inventario de todo lo que necesito para deshacerme de su inminente cadáver. Luego decido observarla, casi por primera vez durante la noche. Es importante conservar una imagen mental nítida, pienso. Incluso debería superar mi misantropía y esforzarme por conocerla. Al fin y al cabo, es la primera persona a la que voy a matar. La idea es hacerlo bien.
 
Cero horas cuarenta y tres minutos. Salimos del restaurante y la invito a casa para tomar la última. Ja, ja: la última. En fin. Subimos al taxi y me mantengo en silencio, concentrándome como el futbolista en el túnel de vestuarios minutos antes de la final. Entre mis elucubraciones se cuela el recuerdo de un ratoncillo blanco que compré a los once años. Mi tía me había regalado una reluciente moneda de quinientas pesetas y decidí invertirla en mi bautizo de sangre. La intercambié por aquella insignificante vida y salí de la tienda. Durante el trayecto a casa pensé en chinchetas, alicates, grapadoras y microondas. Me sentía abrumado: había tantas posibilidades… ¿por cuál me decantaría? Una hora después, aquel insulso roedor se llamaba Bubi y yo cortaba con esmero una porción de queso manchego para su deleite. Murió dos años y medio después. Recuerdo que lloré.
 
“¡Olvida a Bubi!”, se me escapa, al parecer en voz alta, y la chica me observa con la ceja torcida. “¿Estás bien?”, pregunta, y yo le digo que sí, que estoy muy bien y que ya hemos llegado, así que hago parar al taxista y bajamos. Damos varios pasos hacia el portal y, mientras acaricio la llave con la yema de los dedos, ella vacila: “No sé si debería…”. Era previsible cierta resistencia, pero no hay problema: pienso en aquel manual para ligar que me regaló -no sin cierta inquina- el memo de mi cuñado y actúo en consecuencia. Contacto físico. Broma inofensiva. Anulación del espacio vital. Mirada seductora. Beso.
 
Estoy llenando dos copas de vino blanco en la cocina de mi apartamento. Ella espera en el salón. Mi estrategia ha sido un éxito, sí, pero algo falla. El tintineo de la boca de la botella contra el borde de la copa evidencia mi nerviosismo. Me preocupan dos hechos: (1) el beso no ha estado mal y (2) me apremia una poderosa erección, así que vacío de un trago una de las copas para aplacar mi ansiedad. Funciona. Me siento fuerte. Me siento seguro. Aún me siento bastante cachondo, sí, pero eso es lo de menos. Voy a hacerlo. Voy a superar mi pánico escénico. Voy a salir ahí fuera y…
 
Son las siete de la mañana. Los primeros rayos de sol se cuelan por las rendijas de la persiana y aterrizan en su espalda, trazando puntos de sutura lumínicos sobre su piel. Está sentada al borde de la cama, desnuda y mirando hacia la nada. Yo sigo tumbado. Me siento bien. Mis ansias homicidas han sido extirpadas de raíz, y lo que debería parecerme una derrota ahora se me antoja como una suerte de redención. Hay algo entre nosotros, algo mágico, una complicidad que jamás había sentido hacia nadie que no fuera un criminal sanguinario. Alargo mi mano y acaricio con el índice el contorno de su columna vertebral, la misma que hace unas horas habría querido arrancar para usar como palo de golf. Ella se estremece. Veo su rostro en escorzo. Parece nerviosa.
 
-     ¿Qué te pasa?
-     Creo que voy a hacerte daño.
-     ¿Por qué dices eso?
-     Porque lo sé. Llevo toda la noche luchando contra ello, ¿sabes? Y me pareces un buen chico, pero… no puedo evitarlo: es mi naturaleza.
 
Me incorporo para rodear su cintura desde atrás y besarla en el cuello. Es entonces cuando lo veo en sus manos. Ella lo nota, se levanta súbitamente y se vuelve hacia mí. Me observa con gesto sombrío. Respira intensamente y en sus ojos brilla una pasión desaforada. Así, desnuda y blandiendo el cuchillo con firmeza, la encuentro increíblemente preciosa.
 
-     Verás… voy a matarte. No es nada personal, en serio.
-     Tranquila, te comprendo.
-     ¿De verdad?
-     De verdad.
 
Juraría que hay cierta ternura en sus ojos cuando se acerca, se sienta en mi regazo y levanta mi barbilla con el filo del cuchillo.
 
-     ¿Unas últimas palabras?
 
Observo sus ojos chispeantes mientras el arma corta dulcemente mi piel. Se relame. Mis ojos lloran. Entonces, mis últimas palabras:
 
-     Te quiero.
"Primera Cita" de Puentes y Festivos
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"Primera Cita" de Puentes y Festivos

ESCRIBE: Samuel Valiente ILUSTRA: Marc Verdugo

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