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"Nunca fui una esfinge" de Antololo

Escribe: Carlos Gutiérrez Mora
Ilustra: Lorena Carranza Gallardo
Nunca fui una esfinge
 
¡Es cierto! Tengo varias y me han costado la vida entera conseguirlas. Cuando me hicieron solo me dieron una cola de sirena.  ¿Para qué chorizos quiero yo una cola de sirena? A nadie le gustan las personas que huelen a mar. Pues hice lo que cualquier Marta de centro comercial hubiera hecho, busque en el taller de mi hermana una regla, me pinte de blanco la puñetera cola, con un boli rojo dibujé unas rayitas en línea recta sobre mis escamas babosas y le puse fin al cuento.
 
La primera es la que más me gusta, hasta le puse nombre y apellido, se llama Selva Watson, la conseguí en un viaje que hicimos al caribe. Me acuerdo muy bien de su antigua dueña, una artesana, que cuando nos acercamos a su mesa, quito por un segundo su mirada de las joyas y al verme, pude sentir la pena que le daba, inmediatamente cogió el machete con el que cortaba los cocos y se partió la pierna derecha desde el muslo, fue un corte limpio, como si sus huesos fueran de queso, casi ni sangre le salió. Luego aguantándose el dolor y sin una sola lagrima en los ojos, la envolvió en una hoja de palma y me la regaló. Yo como no tenía dinero encima la tome (como los japoneses, con las dos manos y bajando la cabeza) y no dije nada. Nunca la volví a ver y creo que murió ese mismo día. ¡Que mujer más noble!
 
Gracias a esto y con ayuda de unas muletas que me encontré en las emergencias del hospital, pude salirme del asqueroso tanque al que nadie nunca le cambiaba el agua. Ahora ya podía ir a bailar, me encanta, es más fue así como encontré mi siguiente extremidad.
 
Él se llamaba Calimer, era un francés que estaba de paso por Barcelona y que una noche de primavera nos topamos en el bar. Bailamos, hablamos, reímos y terminamos follando en mi piso, en aquel momento vivía en Gracia, en un piso de no más de 20 metros cuadrados. Al día siguiente era el momento de que regresara a su natal Montpellier, así que antes de que se fuera le pedí una pierna izquierda y como naturalmente se había enamorado de mí, se amarro por arriba de la rodilla un alambre de cobre en donde colgaba unas fotos de mis amigas, luego tiró con fuerza hasta amputársela. Me había agregado a Facebook, pero lo bloqueé.
 
Imagínate lo que hice cuando tuve mis dos piernas… No había rincón de la ciudad donde no estuviera escrita la frase “Eve was here”, me encantaba decirle al mundo donde y cuando había estado, pero como en la vieja escuela, nada de anunciarlo por el móvil, si no que con el mismo boli rojo de mi hermana, con el que había marcado mi cola, me dedique a poner mi nombre por cuanto restaurante, bar, metro, bus, tren o iglesia estuviera.  
 
Una noche, cuando estaba escribiendo mi “slogan” en uno de los baños de la estación de Fontana, me relajé tanto que comencé a ver como una mancha muy pequeña empezaba a flotar a mí alrededor, la seguía con la mirada mientras notaba como cambiaba de color, primero fue roja, luego paso a tonos lilas y azules, mientras más tiempo la analizaba más grande se hacía, llego a un punto en donde había crecido tanto que ya no podía verla completa sin tener que girar la cabeza. Lo que empezó con forma de nuez se transformó luego en una especie de balón hasta llegar a coger la figura de una mujer desnuda. Yo solamente podía concentrarme en las dos piernas de aquella chica. Las quería… Mientras pensaba en como robarlas sin llamar mucho la atención, miré su rostro y reconocí a mi madre en ella. ¡Ostras mama! Qué hi fas aquí? A lo cual ella me dijo con tono de sufrimiento: Me has conocido en un momento extraño de mi vida… Luego comenzó a poner cara de dolor y me di cuenta de que estaba presenciando mi propio nacimiento, aproveche mientras todo el follón estaba pasando y justo cuando el yo-bebé salía de los adentros de mi madre, agarre sus dos piernas y con mucha fuerza las tiré hasta que logré desprendérselas.
 
¡Cuatro! ¡Joder! ¡Ahora tengo cuatro! ¡Soy un puto caballo! Relinché como nunca antes se había oído relinchar en la zona. ¡Everardo! ¿Qué haces? Me grito mi hermana, pero como no tenía tiempo comencé a tomar carrera cuesta abajo. Cuando por fin llegué al mar, entré sin miedo, dejé que el agua me tapara, pero al tener el pelo de caballo, era impermeable así que nunca me mojé. Estuve horas galopando por el fondo del mar, me topé con un grupo de desdichados que aún tenían su cola de sirena, que bien me sentó verlos allí, luchando por no llamar la atención. Lo único que se me vino a la cabeza entonces fue amenazarlos y ahuyentarlos.
 
Al llegar la tarde el agua comenzó a ponerse bastante fría y mis ánimos muy calientes, así que decidí ir a bailar al bar. Cuando llegué pedí un mojito, pero con ron claro, porque el oscuro sabe a tierra, me tumbé con mis cuatro patas al aire y moviendo mi cola de arriba para abajo, esperando a que algún caballero me invitara a la pista. Ahí fue cuando llegaste tú y sin decirnos una sola palabra pero contándonos nuestra historia a través de la mirada, me pediste matrimonio. ¿Como supiste que era esto lo único que yo quería? ¿Como fuiste capaz de traducir todas mis carencias y opacarlas con una sola pregunta? Sentí la necesidad de hablar con mi hermana, quería pedirle que me acompañara a comprar un traje elegante, de esos que brillan como en la películas. La llamé pero no contestó el móvil, fue aquí cuando todo tuvo sentido, tu eras ella, yo era un caballo y seguramente esa noche la luna estaba en virgo. 
"Nunca fui una esfinge" de Antololo
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"Nunca fui una esfinge" de Antololo

ESCRIBE: Carlos Gutiérrez Mora ILUSTRA: Lorena Carranza Gallardo

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