Escribe: Rita Rodríguez
Ilustra: Roger Velàzquez
Espiral
 
 
Una camina y camina. Camina a paso ligero. Cree que avanza hasta que un día le falta el aire de tanto andar sobre el mismo suelo. Entonces se detiene. Se detiene y cierra los ojos. Cierra los ojos e inhala. Inhala y mastica el polvo que le cubre la boca. Siente sed pero repara en que la cantimplora que le cuelga del cuello hace mucho tiempo que está vacía. La necesidad de encontrar agua es lo que la obliga, por fin, a desviarse del árido camino por el que han circulado sus días. 

Pero no creas que la búsqueda resulta fácil. Hay que nadar a contracorriente, hundirse en pozos profundos, revolcarse en putrefactas ciénagas de lágrimas, empaparse en sudor. Buscar, buscar y buscar hasta encontrar la fuente en la que beber sin que te duela la barriga. 

Después, cuando siente que llega la calma, es cuando apoya la espalda a la sombra de un pino y observa contemplativa el camino que ha abandonado. Ve pasar uno a uno a los personajes que protagonizaron su vida. Actores distintos repitiendo el mismo papel. Remake tras remake con sutiles cambios en el guión. Uno cubriendo con pétalos de rosas la entrada, otro pintando los barrotes de oro, todos abocados al mismo fin: enjaular al pájaro. Cuando el pájaro le ve la boca al lobo, asustado, alza el vuelo. Huye del nido para caer, con el tiempo, en las garras de un nuevo depredador. 
 
“Hubiera tenido que volar más alto para haberlos visto venir”, se lamenta inútilmente. Cree haber entendido el problema y que no volverá a cometer el mismo error pero lo cierto es que seguirá aleteando, alzándose apenas unos metros del suelo. Aún no sabe que el chapapote que tiene incrustado en el cuerpo le seguirá impidiendo elevarse más. Mancha negra milenaria que pesa una eternidad. Y vuelve a la lucha. De nuevo se rompe las uñas escarbando en la lúgubre cueva de su pasado en busca del candil que ilumine el camino para no volver a tropezar. 
 
Hubo un tiempo en el que pensó que la solución para no repetir sus erróneas elecciones pasaba por encontrar a un hombre que no quisiera compromisos. Pero para asegurarse de no fallar decidió ir un poco más allá y acabó registrándose en una de esas páginas webs de contactos para infieles, convencida de que allí encontraría lo que creía buscar. Los primeros destellos de miembros erectos que recibió en pantalla la hicieron dudar de su decisión pero con paciencia consiguió contactar con personas más o menos normales. Los más sinceros, de entrada, la advertían de que solo querían sexo y le proponían quedar directamente en uno de esos hoteles que alquilan habitaciones por horas.
 
Otros, más sutiles, la invitaban primero a café y mientras miraban su escote le hablaban sobre el inevitable desgaste conyugal, motivo por el que se habían registrado en la web. Algunos, incluso, aseguraban que era su primera vez. “Me has conocido en un momento extraño de mi vida…”, le llegó a confesar uno con cara de arrepentimiento, como si alguien lo hubiese obligado a acudir a la cita. Cada cual con sus carencias, todos sin ninguna intención de cambiar su situación familiar. Pero generalizar te impide observar los matices que marcan la diferencia y no cejó en su empeño.
 
La primera experiencia no fue demasiado buena. A pesar de que cuando lo conoció le pareció una persona, además de atractiva y tremendamente seductora, muy carismática su primera cita íntima fue un fracaso. “Latigazo” hacía verdadero honor a su nick y no era porque le gustase lo sado. La relación fue, digamos, efímera. No se trata de que no le diera una segunda — incluso tercera— oportunidad. Los nervios a veces traicionan, pensó compasiva. Finalmente la obviedad fue arrebatadora. Después de darle varias excusas para no quedar, ante su insistencia, tuvo que bloquear su número de teléfono en el móvil. No se sintió capaz de abordar el tema. Pensó que no le correspondía a ella ayudarlo a buscar soluciones para su problema.

La última fue diferente. Se sintió cautivada. Él la apasionaba, no solo como hombre sino también como persona. Tenían muchas cosas en común y podían conversar sobre multitud de temas que interesaban a ambos. Su agudísimo sentido del humor salpimentaba el ingenio con el que la obsequiaba una vez por semana. La relación clandestina que mantuvieron, al principio, la satisfacía. Los encuentros furtivos que compartían en hoteles, en los que pasaban horas de actividad sexual exacerbada, le resultaban muy emocionantes. La espera hasta el siguiente encuentro multiplicaba la intensidad de su deseo por mil y cuando, por fin, sus cuerpos se unían sentía que nada era más importante que los trozos de vida que quemaban unidos. En la intimidad, juntos, la única condición era gozar el uno del otro. En la intimidad, sola, la noria de los sentimientos giraba cada vez a más velocidad y en una sacudida la lanzó al vacío. 

Cuando apareció la duda se juzgo de forma severa. Se recriminaba a sí misma que no se podía quejar, que se trataba de una relación perfecta. La relación que quería, la que tanto había anhelado. Una relación sin condiciones ni compromisos, una relación en la podía conservar su libertad. La libertad para estar pendiente del correo electrónico los fines de semana por si le escribía o del teléfono móvil, de lunes a viernes, por si la llamaba desde la oficina. Libertad para cancelar citas con amigas porque inesperadamente ese día a él le iba bien quedar. Libertad para cambiar su reserva de restaurante porque casualmente cenaría allí con su mujer…  Libertad para volver a su cueva particular. 
Tras la duda llegó el convencimiento de que el siguiente paso era descubrir por qué se estaba autoimponiendo ser libre. El nuevo camino prometía ser largo.
"Espiral" de Fulana y Mengano
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"Espiral" de Fulana y Mengano

ESCRIBE: Rita Rodríguez ILUSTRA: Roger Velàzquez

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