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"Onomatopeya de los cruasanes" de Bon Biatcha

Escribe: Bea Salas
Ilustra: Flavita Banana
 
Onomatopeya de los cruasanes
 
 
¡Zas! La goma de su Moleskine azotó la parte trasera de la libreta en un cachete hueco. Algo no muy distinto a la breve paliza que el batería de una banda heavy da al plato para dar inicio a un concierto con mucha melena para tan poca mujer.
 
Fue un pistoletazo de salida sobreactuado. Aquel latigazo de escritorio se suponía que tenía que simbolizar la patada que aquella cowboy de hoja en blanco diera en la tripa a su unicornio llamado Creatividad. ¡Arre, joder! Le gritaba ella en el silencio de su apartamento. Pero se trataba de una voz de esas ahogadas que corren a lo largo de la pelambrera y que cuanto más se le suplica al ingenio que despierte de su letargo, más pierde el pelo el sentido de la gravedad y el control del orden y la estética.
 
Pero Creatividad acabó pareciéndose más bien al viejo asno de granja escuela que ocupado con el triture de su pasto se niega a emprender cualquier amago de actividad.
 
Yolanda miraba al techo mientras se quitaba las zapatillas con la hábil y única ayuda de sus pies. En momentos de desconexión neuronal severa, éstos habían aprendido a trabajar en equipo resignados a la inutilidad de su jugueteo.
Cling, cling, cling, cling. Accidentalmente, una narcotizante cantinela nació de las caricias que la cuchara ofrecía a las irregulares mejillas interiores de una taza hecha a mano por un ceramista emergente. Su oído se interesó por la manera en que el metal hacía rugir las imperfecciones del material barroso y su vista encontró interesante el remolino creado en la superficie del café. Se dio asimismo la licencia de permitir que su mirada se perdiera entre la sinuosidad de la estela del latón en un vals con la química, la física y el azar.
 
Cuando hubieron pasado los segundos de rigor que permite la conciencia antes de chasquear los dedos a la atención cuando considera que es hora de reanimarla, Yolanda subió sus párpados hasta el infinito, se acomodó bruscamente de nuevo en la silla y soltó un extraño gruñido más propio de castor suizo que de cualquier ser humano viendo su integridad puesta en peligro. Fueron espasmos que ocurrieron muy deprisa. Frunciendo el ceño cogió de nuevo su libreta, garabateada hasta dificultar el trabajo de todo psicoanalista que se propusiera un trabajo de campo con la joven como protagonista y, abriéndola por una página cualquiera, dejó que fuera el destino quien la llevara hacia la idea que pudiera inspirarle el tema de su primer libro.
 
En aquel momento una cancioncilla con toques étnicos más elaborada que la que acababa de hacerle de nana neuronal llenó tímidamente la sala en lo que se encendía la pantalla de su móvil. Agradeció  el hecho de verse obligada a interrumpir ese aterrador amago de puesta en marcha con el que todo creador se siente identificado, deslizó el dedo por la pantalla y contestó con autoimpuesta desgana.
 
—¿Yoli? Buenas noticias. Victoria ha dado el OK a tu entrevista.
 
—¿Cómo? —Fueron sus neuronas aún despistadas por la hipnosis del café las que mandaron emitir el mensaje en un intento de ganar tiempo en la codificación de la información recibida.
 
 
—La entrevista para la revista, que te la hacen. ¿No estás contenta?
 
Notó como su corazón dejó de funcionar. No notó que volviera a latir, pero lo supuso porque al parecer seguía sentada y respirando.
 
—Qué dices. ¿En serio? —Seguía sin saber de dónde provenía el aire que daba forma a sus palabras. —Mierda, no sé.
 
—¿Cómo?— Ahora era la joven becaria de periodismo la que necesitó ganar unos segundos y preparar sus oídos para asimilar la barbaridad que su cerebro intuía.
 
—Que no creo que deba hacerla. ¿De qué voy a hablar? Haré mucho el ridículo. Y tú quedarás mal por haberme propuesto.
 
—A Victoria le gustaron tus historias del bar. No es porque seamos amigas. —La interna vio su reputación puesta en serio compromiso y cogió carrerilla para lo que iban a ser una serie de ruegos camuflados de ánimos altruistas. —Dice que el rollo escritora escondida tras la barra de un bar tiene un encanto parisino muy bohemio. De verdad.
 
—Sólo que yo no soy Amélie Nothomb. —Ésta disfrazó su tristeza con atavíos de modestia.
 
—No decías lo mismo cuando te conocí, ¿a qué viene esto ahora? —Su frustración empezaba a deshacerse de su máscara. —Mira que eres rara.
 
—No es que sea rara, es que tú me has conocido en un momento extraño de mi vida. —Conseguía mantener la seriedad en su tono pero notaba como sus glándulas lacrimales poco iban a tardar en dar rienda suelta a su razón de ser.
 
–No, lo que pasa es que te he llamado en un momento neurótico de tu día. Pero supongo que los artistas ya los tenéis, estos ataques de negación. Sal y ve a dar un paseo. Yo volveré a llamarte por la tarde. —Colgó sin dejar espacio a más reveses.
 
Las posaderas de Yolanda volvían a escurrirse por las profundidades de la silla. Sus manos se sujetaron la una a la otra por la parte trasera de su cráneo y sus piernas se estiraron por debajo de la mesa como si quisieran huir. Sus pies volvieron a tontear entre sí haciendo malabares con sus zapatillas de lana.
 
Entreabierta como una sonrisa burlesca, allí seguía, despelucada, la libreta de notas. Yolanda respiró hondo y llevó su mirada hacia el otro lado de la ventana. Se fijó en cómo los patios traseros de los edificios de Poble Sec lucían sus ficus y almacenaban avergonzados los olvidados huertos urbanos tras el fin de la moda de la agricultura de postín. Reconoció que nadie se salva de la estupidez humana y se preguntó si el tifón mental del que acababa de ser víctima se debía a la ausencia del estridentísimo ¡shhhhh! de la máquina de café, del violento abre-cierra de la máquina registradora y del eterno bla bla bla de las conversaciones ajenas.
 
Las neuronas de su hemisferio derecho en efecto maldecían el silencio y ansiaban aquella ópera de carajillos y cruasanes. Algo no muy distinto a las olas con las que ha de vérselas el bañista que se adentra en la mar con su colchoneta en alto, queriéndola usar en la tranquilidad de la lejanía de la orilla.
 
"Onomatopeya de los cruasanes" de Bon Biatcha
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"Onomatopeya de los cruasanes" de Bon Biatcha

ESCRIBE: Bea Salas ILUSTRA: Flavita Banana

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