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"Decapitación en el Silver" de Tándem de Tinta

Escribe: Albert Font Martí
Ilustra: Jordi Díaz Alamà
Decapitación en el Silver
 
Esto termina en el Ártico con una gallina y dinamita. Empieza con un breve informe cartográfico:
 
     »Dos montañas gemelas culminadas por torres rosadas se levantan en el horizonte inmediato. Un estrecho paso en forma de uve las cruza permitiendo adivinar más allá la llanura y las suaves colinas. Por el centro pasa el camino natural que lleva al pozo, la última parada antes de llegar a la cueva que vigilará la Esfinge.
 
     »Bien podría ser el mapa de una historia jamás contada pero es el panorama que se abre ante Beatriz al buscar, tendida en la cama, el escondrijo apropiado para la nueva bestia. Para ello, ha hincado el mentón en el esternón, tirando de los senos hacia los costados para ver mejor el camino que tantos han seguido, sea con las manos, sea con los pies veloces del sueño o el deseo. Un bosque pardo cubre los pasos inferiores de ese reino, procurando ocultar la entrada al inframundo.
 
     »Ha llegado el momento. Ya sabe dónde. La Esfinge que fue, la de los libros, siente el dolor de la Esfinge que empieza a existir en el tosco tatuaje cercano a la madriguera. Ambas bestias, ancestro brutal y dibujo, nacen de la tinta. La piel de Beatriz es tan blanca y suave que emula el papiro. La chica con la aguja eléctrica teme hacerle daño pero sigue adelante con el aplomo de un secretario imperial.
 
     »Laura lleva años trabajando en el Silver Tatoos. Ha visto de todo. Beatriz ha entrado vestida con una blusa y con botas lacadas. Lleva un sobre en la mano. Dentro están el dinero y la imagen definitiva. Habla poco pero no baja la mirada. Es evidente que no soporta bien el dolor. Es su primero. Aún así, parece estar encantada. Laura sabe que los treinta afectan a cada cual de modos increíbles y dejará que el autobombo teatral de la mística de postín siga su curso mientras la tatúa. Beatriz se toca el pelo y se muerde el labio inferior.
 
     »Beatriz sabe lo que busca. Se embriaga del incienso de lavanda que se propaga sobre ambas como si de opio se tratara. Ha visto a Laura entrar y salir del Silver y se ha fijado durante meses en ese dulce tramo de nuca donde crece un bello a medio camino entre la hierba y la seda, donde reposa una serpiente de tinta que se muerde la cola rodeando el despunte de una vértebra; se ha fijado en las líneas tensas de su mandíbula y en un andar de delicada torpeza que marca el compás de su voluntad. Ha programado el desarrollo de los acontecimientos. Se ha informado sobre la simbología de la Esfinge, hasta de su etimología, que remite a la estrangulación. Le ha costado conseguir hora y piensa sacarle jugo al encuentro.
 
     »Laura empieza en ese momento a dibujar las alas de la bestia; Beatriz echa a volar. Entre sus piernas ya no ve a Laura, su cuerpo se ha tornado en un amasijo de músculo dinámico cubierto de pelo dorado. El aparato es apenas un siseo lejano y ya no hay aguja; son las precisas garras delanteras del león con rostro de mujer que insisten en inyectar el líquido opaco bajo la piel, inoculándole el hambre de un monstruo mitológico. La Esfinge es de nuevo una realidad en el mundo. Se imagina su peso descomunal atrapando su cuerpo. Beatriz siente que puede rugir, que su cabeza se transmuta en la del gran felino ausente, completando su quimera.
 
     »Laura alucina. No parece que la tía vaya puesta pero es evidente que se ha encendido. Es la primera que tatúa en hacerlo sin disimulo. Tiene los ojos en blanco y la piel erizada. Laura decide seguir. La prisa aligera el trazo, le da más soltura a la mano. Quiere que se vaya de allí cuanto antes.
 
     »Beatriz nota el cambio. En su imaginación el cuchitril pretencioso del Silver, los potentes leds y los catálogos mugrientos han desparecido. Todo es cueva, todo son águilas entrando y saliendo del nido, un vaivén de roces en el hangar de ramas; leones que rugen y le piden carne; cabezas de mujer susurrando enigmas de antemano imposibles, rostros que la llevan captiva a las profundidades de cavernas festivas donde se interna con fingida resistencia.
 
     »Laura no cree lo que ve pero se concentra en su trabajo mientras Beatriz se sujeta a la camilla con fuerza. En el mismo momento en que Laura acaba de perfilar uno de los pezones de la Esfinge, Beatriz alcanza la dinamita orgánica y estalla.
 
     –¡¿Tú de qué coño vas?!– salta Laura. La otra, con la respiración acelerada y con algo más de contento que de vergüenza, dejando colgar los brazos, contesta:
 
     – No me juzgues, yo no suelo ser así, me has conocido en un momento extraño de mi vida. Ahora ya no me disculpo por sentir– Vuelve a armar la coleta, con las mejillas ardiendo y el histrionismo de botica dibujado en los ojos. –¿Sabías que la función original de la Esfinge, antes de que la adoptaran los griegos, era proteger un lugar sagrado, el acceso al más allá?
 
     Laura le señala la puerta. –Ahí tienes el más allá.
 
    »El plan ha salido según lo previsto aunque el tatuaje queda sin cabeza de mutuo acuerdo. Y así, Beatriz, como una gallina decapitada, sale a la calle sonriendo, dando aún unos pasos bajo el sol, presa del influjo de la euforia.
 
    »Una semana más tarde, Beatriz entra en el Artic Tatoos, a un par de calles, con la foto de Laura. La web del Silver tiene el perfil de todos sus empleados. El chico del Artic está molesto, no le gusta continuar trazos ajenos.
 
     Al tatuarse la cabeza de Laura, Beatriz termina su obra, poseyendo al fin sus labios impresos en la piel.
 
     Ha capturado al monstruo.
 
Aquella serpiente volverá a rodearla en sueños cada noche, apenas disipadas las últimas luces del día. Encontrará a Laura al reseguir el certero camino de su propia anatomía, invocando con dedos senderistas el favor de la Esfinge.
 
"Decapitación en el Silver" de Tándem de Tinta
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"Decapitación en el Silver" de Tándem de Tinta

ESCRIBE: Albert Font Martí ILUSTRA: Jordi Díaz Alamà

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