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"Octavas bajo el mar" de Las Cosmonautas

EscribeLaura Rangel Martín
 
 
 
Ilustra: Maribel Carod Zamora
Octavas bajo el mar
 
Me has conocido en un momento extraño de mi vida. Yo no siempre he sido así. Durante muchas décadas he vivido feliz en el fondo del mar, ajeno a mi condición de monstruo marino en potencia. Porque si el año pasado no se hubiera producido aquel accidente en la central nuclear de Vandellós mi tamaño seguiría siendo normal, más o menos dentro de la media. Pero aquella fuga de agua radiactiva me convirtió en lo que soy hoy.
 
Los de tu especie pensáis que los cefalópodos somos gente bruta, unos seres primitivos que a lo máximo que llegan es a abrir botes de conservas con las ventosas. Pero no. Somos un pueblo hedonista y refinado, amante del arte en todas sus formas y especialmente de la música. No en vano somos capaces de cantar las melodías más deliciosas. En los mares y océanos, solo las yubartas y los narvales compiten con nosotros en capacidades musicales.
 
Con las notas construyendo frases y las frases construyendo melodías repetidas, nuestras canciones duran hasta treinta minutos y son las más largas y complejas del mundo animal. Las frecuencias, los ritmos y las armonías evolucionan a lo largo de los años, y cada uno de nuestros grupos tiene su propia cultura y lengua musical. En algunas latitudes, mis congéneres emiten complicadísimos sonidos difónicos al estilo mongol. Aquí no llegamos a tanto, pero en la costa de Barcelona todos cantamos la misma canción, y cuando nos unimos en un coro todos nuestros corazones se acompasan y laten a la vez. Si es verano y somos muchos, a veces parece que hay un movimiento sísmico, las tintoreras huyen y las sepias se emocionan y lo llenan todo de chorros de tinta, hasta que tenemos que parar porque nadie ve nada y allí ya no se puede estar.
 
Ni siquiera la famosa soprano Maria Montserrat es capaz de acercarse a nuestra potencia y musicalidad. Lo sé porque tengo el gusto de conocerla personalmente. Fue un día que ella estaba dando un paseo en Golondrina a lo largo del rompeolas. Cuando me acerqué al barco se asomó por la borda para verme mejor. Un golpe seco en el casco y cayó en mis tentáculos. La llevé a nuestro hogar, feliz, mientras la diva cantaba las arias más bellas de la música occidental. Sin embargo, una vez ante nosotros, no pudo resistir la belleza de nuestra canción. Supongo que entendió que nunca podría reproducir las intrincadas melodías, así que decidió callar para siempre. Ahora pasa los días en el fondo del mar, escuchando nuestro repertorio con una sonrisa perpetua. Los nudibranquios anidan en su melena, creando un bonito efecto de peluca japonesa multicolor a lo madama Butterfly.  
 
De todas maneras a mí como público me gustáis más los niños, en especial los más pequeños. Me encanta arrullaros y cantaros nanas hasta que os quedáis dormidos, respirando al ritmo de la música.
 
En alguna ocasión he intentado cantar para los hombres rana, pero ellos son una audiencia muy difícil y me cuesta mucho conseguir que se estén quietos y presten un poco de atención. Yo creo que es porque se distraen con las burbujas y el ruido que hacen las bombonas. Hasta que no se agotan no son capaces de relajarse y disfrutar del espectáculo. A veces hay que esperar mucho rato hasta que se concentran y dejan de mover las aletas.
 
Te veo muy callado. Pero no pasa nada, porque además de saber cantar tengo también dotes clarividentes y telepáticas. Por ejemplo, sé lo que estás pensando: que tus padres te deben estar buscando. Sí, pero no van a encontrarte. Ellos todavía creen en los cortes de digestión y piensan que con el nombre, la edad y el color del bañador basta para encontrar a los niños perdidos en la playa. Para ellos los monstruos marinos son hombres con bigote y esclavas de oro que guardan el paquete de tabaco en la parte delantera del tanga. Ellos no creen en el kraken y no van a venir hasta aquí a buscarte.
 
Te encantará el fondo abisal, con sus interminables llanuras cubiertas de lirios de mar, aunque seguramente te costará un poco acostumbrar la vista a la oscuridad. Intentaré conseguirte algún pececito fotóforo para que puedas adoptarlo como mascota y usarlo de linterna. Yo no tengo ese problema porque mi globo ocular es el más grande del mundo. Cada uno de mis ojos mide medio metro de diámetro, y mis retinas son del tamaño de una naranja. No con poca vanidad debo confesarte que estoy muy orgulloso de mis colosales dimensiones. Una vez me acerqué a Badalona y, estirado bajo el Pont del Petroli, mi cuerpo alcanzaba más de la mitad del pantalán. Aquel día capturé ocho niños a la vez, uno con cada extremidad, y todos disfrutaron muchísimo de mi canto. Está feo que lo diga yo, pero tiene un mérito tremendo ser así de grande y fuerte sin tener un solo hueso en el cuerpo.
 
¿Pero sabes lo que más me gusta de la música? Que no importa lo fuerte que seas, nunca podrás cogerla con los tentáculos. El resto de las artes, como la pintura o la escultura, puedes medirlas en centímetros, metros cúbicos y cuadrados, pero la música es solo tiempo, es como una maravillosa forma de hipnosis. De todas formas no te apures, no tienes que preocuparte, ya conozco la regla del tres. Sé que los seres humanos sois capaces de sobrevivir hasta tres semanas sin comer y tres días sin beber agua, pero solo aguantáis tres minutos sin respirar. Así que prometo que intentaré ser breve.
 
Yo solo quiero llevarte un ratito al fondo del mar, para que me oigas cantar a coro con las yubartas.
 
"Octavas bajo el mar" de Las Cosmonautas
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"Octavas bajo el mar" de Las Cosmonautas

ESCRIBE: Laura Rangel Martín ILUSTRA: Maribel Carod Zamora

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