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"Líbranos del mal" de Lina y Morgan

Escribe: Jaime Arribas Leal
Web: Estamos trabajando en ello... Tengo Twitter: @tendingtropic
Ilustra: Laura Fernández Arquisola
Líbranos del mal
 
 
PRIMERA PARTE – El colegio
Alberto y Pedro se quedaron en el aula con Sor Agustina mientras los demás niños jugaban en el patio de la escuela. Alberto le había intentado colar a Pedro un rotulador por la raja del culo (le asomaba la hucha cuando se sentaba) y acabaron a hostias en mitad de la clase de religión. Poco antes de terminar el recreo, Sor Agustina invitó a Pedro a salir y esperar junto a las escaleras. Seguidamente se llevó a Alberto al fondo de la clase. Alberto sabía que le amenazaría con decírselo a sus padres y que después no lo cumpliría. Sor Agustina era prima segunda de su madre, iba a merendar a su casa los viernes y acudía a todos los eventos familiares. No era extraño ver llorar a Sor Agustina cuando tenía que castigar a Alberto, aunque esta vez estaba más alterada de lo habitual.
-Alberto -le dijo con voz rota-. Alberto, sé que estás pasando por una edad difícil, pero no sabes lo que me duele que te metas en peleas. Quiero que estés bien. Alberto... te quiero.
Alberto quiso interpretar ese 'te quiero' como una muestra de cariño maternal, pero un lento acercamiento del rostro de la monja sumado a la afección en su voz y en sus ojos le hizo imaginarse lo que era. Él giró la cara, ella buscó su boca, y todo acabó en un beso torpe en la comisura de los labios y en un violento empujón a la monja. La expresión de Sor Agustina pasó velozmente de la vergüenza a la ira. Salió del aula a grandes zancadas golpeando la puerta contra la pared al abrir. Seguidamente se escuchó una bofetada, un chillido desgarrador y unos golpes. Silencio.
-¡Has sido tú! -gritó la monja asomando la cabeza por la puerta antes de volver a desaparecer.
Alberto se quedó inmóvil en el aula. El cuerpo de Pedro, también inmóvil, descansaba aún caliente en el suelo de la planta baja. Alberto reconstruyó en su mente el trayecto de la caída a partir del sonido del cuerpo golpeando la barandilla de los pisos inferiores.
Comenzaron a oírse gritos en el piso de abajo. Alberto sabía lo fácil que sería para la monja echarle toda la culpa a él. Se imaginó escapando del colegio y de la ciudad, pero no podía salir de allí si no era pasando por encima del cuerpo de Pedro. Los siguientes minutos se hicieron eternos. Cuando llegó la policía, uno de los agentes se acercó y le abrazó. Alberto, sorprendido y confuso, rompió a llorar sobre su hombro. Sor Agustina les había contado que encontró a Pedro sentado en la barandilla, y que al verla acercarse perdió el equilibrio y cayó por el hueco de las escaleras. Alberto supo que acababa de firmar un pacto de silencio con la monja.
 
SEGUNDA PARTE – El reencuentro
Alberto acabó el colegio y marchó a estudiar a otra ciudad. Durante unas navidades coincidió con Sor Agustina por primera vez en años en casa de la familia. Ella actuaba con normalidad. Él, en cambio, no disimulaba el asco que sentía hacia la monja, lo cual su familia achacaba a su relación profesora-alumno durante una adolescencia rebelde. Habiendo escuchado que Alberto iba al baño, Sor Agustina esperó un par de minutos y se excusó para ir a mear.
-Alberto, te tengo que hablar -le dijo nada más verle salir del baño-. Llevo años sufriendo sin verte, no sabes lo difícil que se me está haciendo. Alberto, tú y yo...
-¿Tú y yo qué? -le cortó.
-Escucha, Alberto. Me has conocido en un momento extraño de mi vida, sé que lo que pasó estuvo mal pero por aquel entonces no era yo misma. No he dejado de pensar en ti. Dame una oportunidad, Alberto, solo una. Dejaré la congregación. Podemos conocernos de nuevo...
-Señora -respondió él enfadado-, deje que se lo explique con claridad: Váyase a tomar por culo. Haga con su vida lo que le venga en gana, pero a mí déjeme en paz.
Cuando acabó la frase, la cara de Sor Agustina tenía la misma expresión de dolor que en el episodio del beso.
-Hijo mío, la acabas de cagar -le dijo bajando la voz-. Se va a enterar de lo de Pedro hasta tu puta madre.
Apenas se dio la vuelta para dirigirse al salón, Alberto la agarró del pelo y le soltó una bofetada haciéndola caer al suelo. La monja gritó, la familia corrió en su auxilio, y Alberto se encerró en su habitación dando un portazo.
Aquello acabó en una denuncia por agresión, pero por suerte la monja no llegó a mencionar lo de Pedro. Lo que más dolió a Alberto fue que el rechazo de su familia no venía de haber pegado a una mujer, ni por haber pegado a una señora mayor, sino por haberle partido la cara a una puta monja.
 
TERCERA PARTE – La boda
Alberto entabló relación con una chica a quien nunca mencionó sus turbios encontronazos con Sor Agustina. De hecho durante años consiguió evitar a la monja. Hasta el día de su boda. Alberto aceptó la presencia de Sor Agustina ante la insistencia de su madre, que intentaba así firmar la paz y aparentar normalidad ante el resto de la familia.
Acabada la ceremonia, Alberto y su esposa salieron por la puerta de la catedral entre 'viva los novios' y lluvias de arroz. Aprovechando la euforia de la multitud, la monja se metió dos puñados de arroz en los ojos y salió de entre los invitados.
-¡Mis ojos! ¡Mis ojos!
Fue tanteando el aire con las manos hasta situarse delante de Alberto, justo al comienzo de la escalinata de la catedral. Agarrándole de las solapas, se acercó a su oído y le susurró:
-Tu desprecio mató a Pedro, y ahora por fin acabas con la vida de esta triste esclava de tu corazón.
Seguidamente comenzó a simular un forcejeo sujetando a Alberto por las muñecas y gritando.
-¡Socorro! ¿Qué haces Alberto? ¡Suéltame, por Dios! ¡Alberto, no!
Con un gesto brusco soltó las manos de Alberto a la vez que se impulsaba hacia atrás. Rodó escalinata abajo hasta llegar al final ya sin vida. Allí quedó su último castigo para Alberto: el cadáver de una monja envuelto en sangre y arroz.
"Líbranos del mal" de Lina y Morgan
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"Líbranos del mal" de Lina y Morgan

ESCRIBE: Jaime Arribas Leal ILUSTRA: Laura Fernández Arquisola

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