Escribe: Alessandro Ulivieri
 
 
Ilustra: David-X. Coderch
 
 
 
La rubia
 
 
«Hay lugares por los que se entra tanto del derecho como del revés. La trayectoria que cada vida dibuja admite doble sentido de circulación: por mucho que el mundo se empeñe en orquestarnos, quien diga que hay una sola forma de recorrer la espiral – del centro a su extremo – que se prepare a tirar la primera piedra. A veces, los límites se cierran sobre sí: en ese caso nos hallamos ante una figura geométrica distinta, más problemática, pues el principio queda suturado al fin». Escribo en mi cuaderno grabando la punta sobre el papel, haciéndolo mío.
 
DIARIS, REVISTES. Desorientado en el laberinto condal no hay nada como venir a un bar en busca de la novedad: pudiendo pasear por un parque donde cabalgar el delirio cotidiano, hay espacios más apropiados cuando esperamos encontrarnos.
 
Cojo el vaso de cerveza y me concedo un sorbo, topándome con un desaire autocomplaciente en la superficie. «Zumo de cebada: su frescor y burbujas revitalizan, aportando los nutrientes necesarios para sobrevivir a la modernidad post-Auschwitz». Tacho la frase del carajo, atropellándola sonrojado. Imagino la solapa de la novela: en una foto sepia sonrío tras una taza de té con pose coqueta, a la espera de que alguien me abra la frente con un picahielos bajo el epitafio “el libro del que hablaremos dentro de veinte años”.
 
Suspiro, rasco un poco mi cabeza y doy otro sorbo.
 
Ya llevo una hora aquí, ante la disyuntiva de escoger cuál es la palabra más adecuada. La única imagen válida es la de la mente en blanco: las páginas restantes no son mares por los que navegar sino abismos cuya mirada petrifica e invitan al naufragio. ¿Qué está en juego en el momento de expresarnos? ¿En qué momento decidí que valía más la pena dejarme ganar?
 
Levanto la mirada del taburete hacia el cartel RELLOTGERIA, MINIATURES. En el bar no hay mucho ruido y el ajetreo del camarero se funde con el vaivén de voces e ideas que como las abejas, polinizan la conversación. Observo los personajes que actúan sobre este estrado: tres ríen, unos discuten, dos mujeres se miran de muy cerca – y yo. Pese a estar hechos de distintos retales, confeccionamos algo que nos une: el traje a medida para la quimera que aguarda en el interior.
 
De pronto el farolillo de hierro forjado que cuelga de la esquina se enciende, anochece: la señal para abandonar momentáneamente mi escondite y salir a fumar.
Apoyado sobre la cornisa del Pasaje de las Manufacturas y envuelto por arabescos de humo observo la gente pasar por Sant Pere Més Alt. Mientras apuro el piti una mujer toute charmante sale decidida: la acompaña un imberbe de mi edad. Vienen de cuchichear en el TU — YO y por eso no los habré visto. Ella alarga una pitillera negra, él coge nervioso un cigarro. Y tras unos segundos en silencio oigo como ella susurra:
 
— Well… you know. I guess that you met me at a very strange time in my life.
 
Incómodo, la calada se atraganta, tiro el cigarro al suelo y tosiendo vuelvo al bar. Confundido sigo el camino que el mosaico floral indica hasta mi querida cerveza y taburete.
Si fuera ese tío me da un síncope: ¿cómo no darle las llaves de casa después de una frase así? O mejor aún: le dedicaría la novela entera. Señorita, se lo ruego: ¡deme la oportunidad de ser su mejor aprendiz! ¡Escójame! ¡Poséame a mí y no al tirillas! Hay que joderse: lo bueno es siempre para los demás.
O no, no: ¡espera un momento! ES UNA TRAMPA. Serás su cena. Parece una buena frase para alcanzar un mejor propósito. Sí, debe ser eso: es la que utiliza siempre, una de las muchas del repertorio, el clic de navaja justo antes de atacar. Quiere arrastrarlo a su guarida, aumentar su colección. Al fin y al cabo, hay cosas que no pueden dejarse al azar.
 
Cojo el bolígrafo y abro el cuaderno. Escribo: «bien pensado, ¿hay un momento que no sea extraño en cada vida? Eso, dile cuándo no lo fue. Atrévete a contarle de cuando no eras vampira y no sabías qué era la sed. O mejor todavía: este no se deja sorprender y responde que la guadaña se cierne sobre él. Porque sabe que en su aparente familiaridad, cada problema tiene más de una cabeza y solo una es la verdadera: basta distraerse un segundo para que se esfume la solución que con tanto esfuerzo nos esmeramos en inventar».
 
Bebo el resto del vaso de un trago. El letrero reza relojes, zurcidos, remiendos. Y escribo «¿cómo resistir a la tentación de vivir únicamente guiado por las pasiones? Más allá del jingle publicitario el placer más intenso procede de la prohibición, fuente de aquellos deseos que pese a ser nuestros nos obstinamos en aceptar».
 
Nervioso y mirando cada vez con más frecuencia a mi alrededor, me pregunto quién demonios soy para arrogarme la posibilidad de comentar sobre aquello que anima a los demás: la última frase célebre bajo la forma de titular. «El enigma reside entonces en cómo aprender a soportarlo…», suelto el boli. Ya tenemos bastante con acordarnos de quien fuimos sin saber adónde vamos, y aún y así la piedra sigue ahí, lista para hacernos tropezar.
 
De un arrebato voy a la barra, pago y salgo por Trafalgar. Mimetizado en el entramado urbano capto con el rabillo del ojo mi perfil cruzando un escaparate. Me detengo, vuelvo atrás. Y ante este espejo improvisado creo entenderlo al fin: ante la posibilidad de perpetrar el golpe de estado que nos derroque y seducidos a renunciar a la persona que somos, la única alternativa consiste en reconocernos sobre nuestro reflejo, sin cinismos ni falsas esperanzas. Bien pensado, no hay peor trampa que la que somos capaz de tendernos, pasando de la espiral al círculo.
 
"La rubia" de Artax Sobrevive
Published:

"La rubia" de Artax Sobrevive

ESCRIBE: Alessandro Ulivieri ILUSTRA: David-X. Coderch

Published:

Creative Fields