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"Libertad Condicional" de Papas con limón

Escribe: Aitana Cano
 
 
 
Ilustra: Camila Gutiérrez
 
 
 
 
Libertad Condicional
 
Unos guantes de piel negra yacen sobre la mesa de la cafetería. Entrelazados como han quedado parecen contener todavía la forma frágil de unas manos femeninas. Desliza sus dedos dentro del guante ajeno. La calidez del último habitante todavía puede notarse. Probablemente si actúa con rapidez y sale a la calle aún podrá ver la silueta de la propietaria. Podría incluso correr guantes en mano y agradecida ella quizás le sonreiría. Se giraría y empezaría a andar. Entrevería el vaho saliendo de su boca húmeda y cálida, quizás hasta podría oír el sonido que las medias sintéticas harían al rozarse sus muslos. La seguiría a una distancia prudente. Temería que pudiese tomar un taxi y perderla de vista. Pero ella seguiría caminando y entraría en el edificio de la esquina.
 
Al día siguiente iría a la misma cafetería pero diez minutos antes. Tendría la esperanza de que ella estuviera ahí, con los guantes sobre la mesa, entrelazados. Pero en su lugar habría un jubilado madrugador leyendo el periódico o una madre que acabaría de dejar a los niños en la escuela. Saldría otra vez corriendo, intentando ocasionar un encuentro casual en la calle, por ejemplo en un cruce de peatones. Ella miraría a ambos lados de la calle antes de cruzar y en el lado derecho lo encontraría a él. Se quedarían un momento mirándose a los ojos, ella frunciendo mínimamente el ceño hasta que le empezase a nacer una sonrisa en la comisura de los labios, momento en que relacionaría su rostro con el olvido de los guantes. Ambos cruzarían la calle, intercambiarían unas cuantas palabras, que vaya bien el día, diría él, gracias de nuevo, ella. La dejaría adelantarle para cerciorarse de que acudía al mismo lugar que el día anterior.
 
Tres días después, habría que dejar tiempo no fuese a pensar que la estaba siguiendo, él se sentaría en el banco en el que la habría visto fumarse un cigarrillo cada mañana. Cuando ella se lo encontrase, pues sería imperativo que fuese ella la que lo encontrara a él esta vez, dudaría un momento, pensaría en ir a otro lugar, pero al asegurarse de que todavía no la había visto, se decidiría a tocarle el hombro suavemente. Él sentiría el roce sutil del dedo sobre su abrigo y al girarse hacia ella acabaría rozándole también el cuello. Él fingiría sobresaltarse, ella se sobresaltaría de su sobresalto y reiría. No pretendía asustarte, que coincidencia, que pequeño es el mundo ¿también trabajas por aquí?. Él le contaría que no, que acababa de mudarse, todavía no he encontrado un trabajo por eso deambulo por las calles. Ella se encendería un cigarro y le ofrecería uno a él.
 
Él la esperaría cada mañana en el mismo banco. Establecerían una rutina en la que él llevaría los cafés y ella los cigarrillos. Hablarían de cosas cotidianas: ¿acabaste ya la novela que te recomendé?, pues ayer no pude pegar ojo, fíjate que estamos en marzo y aún con este frío, es increíble el resultado de las elecciones. Un día ella saldría del edificio con los ojos vidriosos. Tendría una pequeña hinchazón en el labio inferior de habérselo estado mordiendo. Ella le explicaría la difícil relación con su jefe, las incontables veces que habría estado a punto de dimitir, la verdad que un día de estos le digo todo lo que pienso y me voy. Él le propondría que se tomase el resto del día libre. Ella aceptaría. Recorrerían la ciudad como dos adolescentes haciendo novillos. No sabrían qué decirse, de pronto la virtualidad de la confianza que se tendrían se haría evidente resultando un poco incómoda. Para paliarlo ella le sugeriría que bebiesen. Es un poco pronto pero justamente aquí cerca hay un bar que dicen es el mejor haciendo daiquiris. Se emborracharían y acabarían haciendo el amor en el pequeño departamento de ella. En un arranque de sinceridad post-coital él le contaría como la había estado observando antes de sus encuentros. Me has conocido en un momento extraño de mi vida, antes no hubiese tenido el valor ni para devolverte los guantes. Ella retiraría sutilmente el brazo que descansaría sobre el vientre de él.
 
Él intentaría retomar la relación, volvería a su lugar de encuentro pero ella no acudiría. La buscaría por la zona, preguntaría al conserje del edificio si la había visto salir. Cada día, la esperaría a la salida del trabajo y ella lo ignoraría distraídamente mientras hablase con algún compañero de trabajo. Siempre saldría acompañada. Al cabo de una semana el conserje le pediría autoritariamente que no volviese a aparecer por ahí, la próxima vez, aviso a la policía. La seguiría hasta su domicilio, a mucha distancia, tanta que no podría siquiera distinguir sus facciones. Montaría guardia frente a su casa, discretamente, desde un bar de la misma calle. Apuntaría cualquier pequeña variación que observase en su rutina: ha llegado diez minutos antes, chaqueta nueva, hoy no se ha maquillado. Un día la vería llegar con un hombre. Esperaría horas o quizás incluso toda la noche junto al portal hasta que él saliese. Aprovecharía para entrar. Se quedaría en el rellano y esperaría, la esperaría.
 
       -  Café con leche calentito, aquí tiene.
 
Retira su mano con brusquedad del interior del guante La puerta del establecimiento tintinea al abrirse. Él inmediatamente toma los guantes y los esconde encima de su regazo, bajo la mesa. Una mujer aparece frente él. No levanta la mirada, la mantiene al frente. Sólo ve su cintura, una punta de la camisa intentando escapar del interior de la falda. No oye lo que le dice, sólo observa la panorámica que su cuerpo dibuja mientras ella va bajando hasta su nivel. Se sienta, ahora es su rostro el que le queda enfrente. Reconoce la peca debajo del labio. Su olor mezcla de perfume con unas notas suaves de sudor.
 
      -  ¿Ha visto unos guantes? Creo que me los dejé aquí antes.
     -   No, lo siento.
 
La mujer se levanta, la puerta tintinea de nuevo. Él hace un gran esfuerzo para no girar su rostro, para no ver qué dirección toma. Aprieta el guante entre sus dedos. Su cuerpo intenta ponerse en pie. Los guantes le queman en las manos. Si actúa con rapidez aún podrá ver su silueta.
"Libertad Condicional" de Papas con limón
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"Libertad Condicional" de Papas con limón

ESCRIBE: Aitana Cano ILUSTRA: Camila Gutiérrez

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