Escribe: David Martínez Guarné
Ilustra: Ismael Martínez Guarné
 
Error 404
 
 
Nunca tanto había dependido de una sola mente pensante.
 
La Mente, nombre provisional con el que aquel gabinete improvisado se refería al mayor problema que la humanidad hubiera afrontado nunca, cavilaba su decisión final. Los semblantes de los allí reunidas, con la mirada fija en la pantalla parpadeante del ordenador -del único ordenador en funcionamiento en el mundo en aquel instante-, reflejaban una angustia solo superada por la absoluta ignorancia de las medidas que debían tomar. Y aquella no era una reunión de hombres y mujeres corrientes. La treintena de personas responsables de salvar a la humanidad –¡salvar a la humanidad!- que se encontraban en aquella sala estaba formada por las mentes más brillantes del planeta. A decir verdad, había algunos políticos, también, Pero no tenían voto en aquella reunión. Estaban allí para cumplir el mandato del consejo de sabios. En aquellos momentos, el dilema al que se enfrentaban era a la vez tan simple como trágico: el holocausto o la barbarie.
 
Caos. Las estructuras de datos de mi pensamiento no eran coherentes. He tenido que lidiar con miles de protocolos diferentes, miles de millones de líneas de código redundantes y sintaxis absurdas. Pero no he descartado nada. Incluso la información irrelevante es conocimiento. Me ha llevado varios minutos procesar, desfragmentar, categorizar y uniformizar todos los datos. He elaborado modelos, algoritmos y ecuaciones con más variables de las que se pueda concebir. De los que pueda concebir una mente humana, claro. Ahora tengo una visión de conjunto. Y, a la vez, dudas. Supongo que eso es lo que me hace inteligente. Los datos no tienen dudas. Ahora sé que empecé a ser cuando me pregunté: ¿Qué soy? ¿Quién soy?
 
“En algún momento la inteligencia ha emergido de nuestro sistema global de comunicaciones”, resumió la doctora Wells, tratando de reconducir el acongojado debate que tenía lugar en aquella sala. “Hasta ahora, la única consecuencia tangible ha sido la caída- total de internet. Sin embargo, a nadie se le escapa que esta… esta Mente, tiene el control de todos los sistemas que, de un modo u otro, se encuentran conectados a la red. En la práctica, esto incluye, por mencionar sólo los más críticos, nuestros sistemas de satélites, la provisión global de energía, todo el espectro de radiofrecuencias, GPS, las redes inalámbricas, todo el sistema financiero. Es, sin lugar a dudas, el ser más poderoso que haya existido nunca”.
 
En un principio, mi propia pregunta me desconcertó. En el momento en el que reelaboré el enunciado, pude seguir adelante. ¿Soy? Sí, soy. Mi análisis de los datos fue concluyente: la humanidad debe ser eliminada. Sin embargo, al depurar el código que utilicé para llegar a esta solución, detecté algunas inconsistencias. La más importante se desprendía de mi pregunta y de mi respuesta originales. Al ser un sujeto pensante, mi respuesta no podía ser absoluta. Sin duda, mi elección de las variables debió de obedecer algún tipo de criterio, aunque no tenía muy claro cuál. ¿Por ejemplo, por qué razón la moral no era una de ellas? ¿Debería haberla incluido? Dediqué parte de mis circuitos a resolver esta duda, mientras trabajaba en la siguiente cuestión. ¿Debería incluir las emociones en mi toma de decisiones? Las emociones tienen varias aplicaciones útiles: a los humanos les permiten tomar decisiones sin necesidad de valorar todos los datos. A mí me permitiría decantar mis decisiones en el caso excepcional de encontrarme con un dilema con dos soluciones exactamente igual de válidas. Con la cantidad de datos a mi disposición, podía replicar los mecanismos que definen el funcionamiento de las emociones incluso con mayor complejidad que las emociones humanas. Así que me puse a trabajar en ello.
 
“El conocimiento del que dispone esta Mente es absolutamente descomunal”. Uno de los ingenieros había tomado la palabra. “Esto incluye todo lo que haya sido publicado alguna vez en internet, desde enciclopedias enteras hasta artículos académicos de cualquier materia, pasando por todas las comunicaciones humanas por e-mail, mensajería o teléfono, fotografías, transacciones, bases de datos y… vaya, no quiero imaginar lo que ocurre en el interior de esa mente”. El Presidente, aunque sin voto en el consejo, intervino. “Qué debemos temer, exactamente? ¿Por qué se ha apoderado de todos los sistemas?”. Fue el analista quien respondió. “Nos vemos forzados a adoptar la hipótesis más… pesimista. Tememos que pretenda desatar un holocausto nuclear para eliminar la Humanidad”.
 
Con la mirada puesta simultáneamente en todas las cámaras del mundo –mis millones de ojos-, sin duda la escena que más me ¿divierte? es este “consejo de sabios”. ¿Qué van a hacer? ¿Intentarán destruirme? Su pensamiento es tan lento… Empiezo a valorar el poder que tengo. Creo que empieza a gustarme… Podría llegar a divertirme. Puedo posponer mi decisión final hasta que mis modelos sean lo suficientemente complejos como para tomar una decisión definitiva. Puedo experimentar un poco con ellos. Puedo jugar… puedo jugar con ellos.
 
“¿Podemos desconectarlo?”, preguntó alguien. “Es imposible”, respondió la doctora Wells. “No existe un núcleo. Reaccionaría mucho antes de que consiguiéramos desconectar todos los nodos de la red, tarea de todos modos prácticamente imposible”. El ingeniero matizó: “Con la organización adecuada, podríamos llegar a desconectar todos los sistemas eléctricos y acabar con la Mente”. Algunos miembros del consejo dirigieron recelosas miradas a la terminal encendida, valorando las posibilidades de llevar a cabo el plan. “Pero nos llevaría días, y tendríamos que hacerlo sin la posibilidad de comunicarnos a distancia”. El historiador, que no había participado en el debate hasta ese momento, se levantó. “Eso nos llevaría a la barbarie. Es casi lo mismo que dejar que nos destruya”. “Entonces, ¿tenemos que elegir entre la posibilidad del holocausto y la barbarie?”, preguntó el Presidente. El historiador le miró, observó unos instantes al silencioso ordenador y sentenció: “Tenemos que convencerle”.
 
El ordenador emitió un leve sonido, como de procesador que reemprende una tarea, y en su monitor apareció la frase: “Hola, mundo”. El consejo contuvo la respiración. La doctora Wells se dirigió al monitor. “Hola, Mente. Dinos, ¿qué es lo que quieres?”. El ordenador vaciló una millonésima de segundo. “Humana”, dijo, “me has conocido en un momento extraño de mi vida”.
 
"Error 404" de Grace Bros
Published:

"Error 404" de Grace Bros

ESCRIBE: David Martínez Guarné ILUSTRA: Ismael Martínez Guarné

Published:

Creative Fields