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"La sombra sobre el vermut" de Sindicato Monos Limpios

Escribe: Oliver García Mancebo
 
Ilustra: Julia Abalde Herrero
 
 
 
La sombra sobre el vermut

Todas las categorías del mal resuenan como un eco en el barrio de Gràcia de Barcelona»
Salvador Sostres en Hay que entrar en Gràcia (ABC, 21 de agosto de 2015)

 

I
Al Antonio le cuesta arrancar, pero una vez se pone, tras el quinto o sexto nuvolet, «oséase» 'Anís del Mono con agua', no hay dios que lo pare, ni evangélico ni filisteo. El Boquerón, como apodan al Antonio, es un gitano catalán al que le sobran años para ser patriarca, pero que no lo es porque ni tiene apenas familia, ni dinero que despilfarrar, ni goza de demasiado respeto entre los miembros de su comunidad: siempre le gustó cerrar los bares y truncó su carrera como guitarrista cuando empezó a coquetear con el abismo. Para mí, que soy de Providence, Nueva Inglaterra y que acabo de salir del cascarón y cruzar el Atlántico para ser el único norteamericano matriculado en el máster d'Història de Catalunya de la UAB, el Antonio es la antiescuela, la antiacademia: todo cuanto sabe ya debía saberlo al nacer. Y sabe mucho. Yo le pago todas las rondas que quiere. Lo emborracho a consciencia porque sé que es la única manera de que me cuente historias de Gràcia, el barrio donde nació hace muchos años, en el número 9 de la calle Fraternidad. Ex Ignorantia Ad Sapientiam; Ex Luce Ad Tenebras.

A los demás gitanos de la Plaza del Raspall no les hace gracia que hable tanto conmigo, que soy «guiri», nuevo en el barrio y encima tengo pinta de raro, demasiado joven para vestir tan atildado, con pajarita y traje de tres piezas al estilo eduardiano. Pero sobre todo creo que no les gusta porque el Antonio, cuando bebe, habla demasiado; de ahí le viene el mote de «El Boquerón». Cuando me ven con él sé que luego se lo recriminan. Pero eso ahora no nos preocupa porque estamos en la barra del Resolís y, pese a que el aspecto del bar se ha mantenido con el traspaso (ahora es un ateneu «indepe»), allí ya no entra ninguno de los gitanos que otrora lo atiborraban los domingos, con sendas jaulas de pájaros, bebiendo y escuchando el cante de los jilgueros, verderones y pardillos. Desde fuera, la vecindad caló no puede vernos y el Antonio apura el último trago de la copa chata que se ha llevado a la boca con la mano derecha, la de las uñas roñosas y largas –más por costumbre que porque siga tocando la guitarra–. Tras unos cuantos lingotazos, pierde la razón y empieza a balbucear disparatadas historias que escucho con fruición:

–Aquí empezó todo... en este maldito barrio. De aquí viene todo lo malo. Para mí que es la boca del infierno...
 

«El Legañas» fue quien tuvo la culpa... Quiso llegar demasiado lejos y se metió en tratos con ciertas gentes del Mar del Caribe. Había oído hablar de marineros que recalaban en el puerto con ritmos sabrosones,¡hijo de Satanás! Decía que había dioses mejores, que las divinidades de las Indias proporcionaban pescado, vermut y «rumba craze» a cambio de sacrificios. Trajo aquí ese culto e invocó a los dioses marinos en la isla de Maians, que todavía existe en las profundidades, en un acuífero subterráneo bajo la Barceloneta. «Los Profundos» son unos seres mitad humanos, mitad berberecho, gamba y calamar. Ellos trajeron fama y prosperidad al barrio en forma de salazones, rumba catalana y el «ventilador», pero a cambio han de recibir sacrificios y debe permitírseles copular con los habitantes humanos, para engendrar vástagos cada vez más deformes; híbridos capaces de vivir eternamente anegados en cerveza y vermú. Los reconocerás porque, llegada cierta edad, les salen branquias en el cuello. Hay quién a eso le llama progreso.

Pedimos otra ronda de nuvolets y, mientras los sirven, me fijo en la caricatura de Charles Darwin cruzado con un mono que aparece en la etiqueta.

–Dagon y Astharoth, «El Pescadilla», Belial y Belcebú, El Becerro de Oro y los ídolos de Canaan y de los filisteos, el Peret... Todos tenían branquias.

II
Me despido del Antonio en la calle Siracusa, donde tiene un garaje en el que trapichea con antigüedades, y subo por Milà i Fontanals, pasando junto al Mercat de l'Albeceria. Esta parte del barrio me gusta porque aún no han llegado las infames yogurterías de soja bio, los take away de mierda, las tiendas de indignas fixie, los bares «de concepto», las cafeterías «para acariciar gatos», los infantilizantes Cereal Killer, las barber's shop abyectas. Me tomo una caña y engullo un par de croquetas en la Bodega Marín.

III
Continúo mi derrotero etílico bambaleándome hacia la que, desde que llegué a la ciudad, se ha convertido en mi unidad de destino en lo universal: la Vermuteria del Tano. Don Tano, el capo del lugar, se llama así por diminutivo de Cayetano, no por la expresión catalana la mare del Tano quan era gitano, pero no me digan que no es casualidad. Cuando empecé a venir a esta bodega, el Tano me trataba con recelo. Mi acento me delata e intuyo que no le gustaría que se llenase la taberna de erasmus. La suya es una tasca de barri y quiere tener controlado al personal. Viendo que reincidía un día sí y otro también, una tarde se plantó en mi mesa con dos vasos y me pidió que le contase mi historia. Como me avergonzaba confesar que era un estudiante extranjero, inventé que había venido a Barcelona en busca de mi padre, gracienc que preñó a mi madre durante una noche loca de Sant Medir y al que jamás le llegó noticia de mi nacimiento. Ahí empecé a caerle bien.

Pido un vermú y observo con ojos ebrios la nevera surtida de salazones. La Orden Estotérica del Dagon en Vinagre. Cthulhu relleno de calamar. Los Antiguos y la Secta del Mar. Mi cerebro atávico se centrifuga y tomo consciencia de mi lovecraftiana herencia maldita. Palpo mi cuello y allí están: ¡branquias! Miro al Tano y le espeto:

–¡Te quiero, papá!

–Què dius que vols? –responde mi adorado bodeguero, al que mis palabras no llegan porque es domingo a la hora del vermut y el bar está a reventar.

–Perdón... Me has conocido en un momento extraño de mi vida.
 
 
 
 
 
"La sombra sobre el vermut" de Sindicato Monos Limpios
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"La sombra sobre el vermut" de Sindicato Monos Limpios

ESCRIBE: Oliver García Mancebo ILUSTRA: Julia Abalde Herrero

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